La teoría de la vergüenza
8 Jul, 2015
por Ana María Medina

Vergüenzas con Lolo FB

Lo mejor y lo peor que me ha traído la maternidad es la pérdida de vergüenza. No es casualidad que usemos la palabra embarazoso para describir sucesos bochornosos, ya que desde ese preciso momento nos enfrentamos a una serie de acontecimientos que nos sonrojan, nos delatan y, perdón la palabra, nos emputan. Las visitas al ginecólogo nos liberan de tapujos, y ése es sólo el comienzo.

Durante años me quejé de la facilidad que tenían mis papás para hacerme sonrojar en frente de amigos, pretendientes y desconocidos. En algún momento sospeché que lo hacían de aposta, hoy estoy segura de ello. Cuando somos hijos no entendemos porque se empeñan en hacernos sentir así. Cuando somos padres finalmente lo sabemos.

Las mamás y papás han decidido forjar el carácter de sus hijos adolescentes a punta de pena porque en sus primeros años, cuando éstos eran bebés, han forjado el de ellos de la misma manera. Mi hipótesis es sencilla: los hijos nos hacen perder la vergüenza a punta de “osos” durante casi toda su niñez, se especializan en hacernos quedar mal en todo momento. En retaliación y a modo de venganza tenemos toda su adolescencia y parte de la adultez para desquitarnos.

Lolo con sus escasos dos años ha ido formándome una personalidad libre de timidez.

En unas vacaciones, Lolo chapoteaba agua en una piscina de cuyo nombre no quiero acordarme. Confiado en la seguridad que su pañal de agua le brindaba decide hacer la digestión. Yo veo su sonrisa característica de labios apretados para estos menesteres y lo saco de la piscina a la velocidad de la luz tan pronto veo un hilo de agua de otro color nadando como una lombriz en el agua. Con la toalla de bronceo logro limpiar el desastre que ya ha llegado también a sus piernas. El estrés me salva de vomitar. Y la vergüenza con el resto de turistas me genera un ataque de risa nervioso. Descubro que el calor, el agua y al parecer la arepa de huevo crean una mezcla demasiado peligrosa para ser contenida por un humilde pañal de agua. Los otros días los dedico al mar no me atrevo a dar la cara por la piscina.

Hay días que Lolo decide soltar un peito en el ascensor. Contrario a lo que la gente puede pensar, ese pequeño con carita de ángel, sonrisa contagiosa, mirada de galán de novela puede producir unos olores altamente contaminantes similares a los de un adulto enguayabado. Cuando semejante oprobio se expande por las narices de todos siento las miradas inquisidoras que sospechan más de la madre que del angelito.

“Ana María deja que Lolo experimente con la comida de esa manera le cogerá gusto” me repetía mi pediatra. Y si, Lolo es feliz comiendo spaguettis y untándoselos, espichando una papa en su mano y embutiéndosela después en la boca y yo también. Nunca pensé que ver comer a un hijo generara tanta satisfacción y felicidad, pero en los restaurantes esto es insoportable. Lolo quiere ser dueño de su comida como lo es en casa y eso no parece gustarle mucho al resto de gente. La vergüenza de pararse de la mesa se aliviana un poco limpiando con pañitos húmedos y dejando una buena propina.

Suelen decirme que en un años tendré que espantar mucha jovencita enamorada en la puerta de mi casa pero hasta que llegue ese momento sufro cada vez que una quiere interactuar con Lolo… “Lolo mira saluda a Valentina, mira que niña más linda, mira que te está dando la mano, ella te quería conocer, ay la vas a abrazar que bueno, no Lolo no, suéltale el pelo, Lolo, por favor no se lo arranques, Lorenzo suelta a Valentina, Lolo con la arena no, en el pelo noooooo”. La mamá de Valentina huye despavorida de nuestro lado no sin antes lanzarnos miradas que si las pusiera en palabras, este post sería uno muy grosero, y yo me quedo sola en la arenera sintiéndome la peor mamá del universo.

A pesar de haber lactado escasos tres meses Lolo tiene una fascinación por meter la mano en mi brasier. No me alcanzan los dedos de la mano y los pies para contarles el sin número de veces que por culpa de su manía he andado por la calle exhibiendo más de la cuenta. No es gratuito que en muchos sitios me hayan atendido con una sonrisa inusual y una lentitud exagerada. Y yo que pensaba que lo difícil había sido quitarle esa maña al papá.

Y si les contara las cantidad de veces que le he dicho a mi mamá o a mi suegra que Lolo no come esto o lo otro y de la mano de ellas no sólo lo recibe, sino que lo devora, repite y pide más. Defenderse es poco útil en estos casos porque la sonrisa ganadora de ellas te harán sentir no sólo mentirosa, mala cocinera y antipática sino además una pésima persona.

La verdad es que todos estos “osos” son tan sólo la antesala al paredón de la vergüenza. Apenas Lolo comience a hablar, la cosa se pondrá peluda de verdad. Historias de apuntes de niños hay mil y todas son excesivamente divertidas precisamente porque dejan muy mal paradas a las mamás o al menos sin algo que decir.

– «Uy mire ese negro tan feo se parece como a usted». Daniel Medina. 6 años. A su tío costeño.

– «Yo voy a almorzar pero si no cocina usted». Manuela. 5 años. A su abuelita.

– «Me das un beso? Si pero espere me saco este moco». Maria Alejandra. 4 años. A la amiga de su abuelita.

– «Y qué hace tu mamá todo el día? Regañarme y hablar por celular». Juan José. 8 años.

– «Quién era Simón Bolívar? Pues Cristóbal Colón». Andrés Medina. 8 años.

– «Por qué no aprendes a tocar piano? Porque de grande quiero ser bruta como mi mamá«. Ana María Medina. 6 años.

Con todo esto y con lo que me falta, desde ya les aseguro que no me voy a aguantar las ganas de salir a buscarlo en pijama y despelucada si ha incumplido la hora acordada. No me voy a morder la lengua frente a su novia cuando me pregunte hasta que edad se orinó en la cama. Voy a gozar cuando haga su primer gol y yo seré la loca demente en la tribuna disfrazada de porrista gritando: “ése es mi bebé”. No me temblará la voz para contar un mal chiste delante de sus amigos, ni la mano para tomarme una selfie con él en su primer día de universidad antes de entrar al salón. Y mucho menos me contendré de besuquearlo en frente de quien sea. Lolo renegará y creerá que no ha hecho nada en la vida para que yo le haga pasar por estos momentos bochornosos. Yo sonreiré y me haré la güevona porque la teoría de la vergüenza habrá completado su ciclo.

Más de LaNuwe en Instagram, Twitter y Facebook como @lanuwe

6 Comentarios

  1. Carol Carmona

    Juuuuuuazz mi niño cumple dos años el próximo mes y aunque es dizque juicioso me hace pasar unaaas…. Pero crecerá ya veras y ahí me acordare de esto jajaja .
    Gracias por lo que escribes. Un abrazo

  2. Liliana

    Eres genial, me encanta lo q escribes. Yo tengo 2 niños y el mayor me hace pasar unas, pero bueno eso hace parte de esta vida caoticamente hermosa. Saludos

  3. Seniorita D

    Jajajaja He comprendido que el ejercicio de la crianza definitivamente es una prueba de resistencia al agotamiento y una graaaaaaan lección de paciencia.

    Ahora comprendo porqué, pese a esa tormenta que se ve venir, en casa cuando corrijo a mi hija, así esté yo sola y pudiera permitir cosas que no me molestan pa’ no tener que aguantarme el “berrinche”, más el desgaste de las 843 veces que le tengo que repetir lo mismo. Este desesperante acto es el que va a hacer que ella no lo haga en otro lado.

    Otorgarle a licencia de hacer algunas cosas que normalmente «no debería» hacer en otro lugar, es comunicarle que lo puede hacer en cualquier lado y ahí vienen los terribles o peludos “osos”. O las miradas disimuladamente recriminadoras de tus amigas cuando el chino hace algo cuando estás de visita.

    Lo único que puedo decir es… mamás resistencia!!! Tendremos toda la vida pa’ desquitarnos!!!! jajajaja

  4. Otra mamá

    Mi bebé de 18 meses, no puede vele una empanada a nadie, porque se adueña de ella.. Ana eres lo máximo. Todos los días deberían ser de post parto

  5. Angela.

    jajajajajajaj me encanta lo que escribes jajajajajaja mil gracias por esa frescura con la que describes todo.

  6. Milena

    Y mucho cuidado con lo que se dice frente a ellos porque son pequeñas grabadoras que repiten justo delante del que se estaba diciendo algo ( bueno o malo)