Ser mamá explicado con dibujitos
29 Jul, 2015
por Ana María Medina

En un post pasado, «Ser mamá es hacer todo lo que una vez criticaste» les compartí una lista de cosas que prometemos antes de ser mamás. Palabras que todas o casi todas tenemos que tragarnos alguna vez en la vida.

Una amiga de esas que uno quiere y odia por joven, hermosa, talentosa, inteligente, chistosa y bacana hizo de ese post algo maravilloso: 11 ilustraciones con mis palabras y yo no podía dejar de compartirlo con ustedes.

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Mamá e hijo vistos por los ojos de la talentosa Amalia Restrepo @amaaalia

11790175_10205732444883450_768499441_oDíganme por favor que no soy la única mamá que ha sucumbido a los avances tecnológicos con tal de terminar de almorzar, de oír el chisme completo de una amiga o incluso para dormir cinco minutos más. Si bien no quiero que mi hijo viva hipnotizado por estos aparatos tampoco voy a desconocer que son parte de esta generación y no somos miembros de una comunidad Amish.
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Cuenta la leyenda que ciertos niños han llegado a cumplir los 4 años sin saber que existe algo más dulce que un banano. No conocen el placer de hostigarse a punta de nutella, ni han sentido el divertido burbujeo en la nariz que provoca una gaseosa. Mi más sentido pésame con ellos. Gracias mamá por dejarme probar estas delicias cuando mi metabolismo las podía quemar en un segundo.

11793795_10205732443923426_2088098361_oNo es falta de amor propio es practicidad. Si bien antes de ser mamá me hubiera rehusado a salir a la calle con un poco de frizz, ahora no puede añorar más las colas de caballo. Los jeans, los tenis y las camisetas se volvieron mis mejores amigas. Y el look se complementa con un poco de jugo de mora (casualmente el día que tengo pantalón blanco), con una manito de grasa en mi camisa, un poquito de mocos, pintura, chocolate o cualquier material escandaloso y difícil de sacar.

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Cama-cuna: 2´000.000.

Juego de sábanas: 120.000.

Monitor con intercomunicadores y cámara de visión nocturna: 1´200.000

Que toda la familia duerma plácidamente: No tiene precio




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Antes de ser mamá me burlé durante años de mi hermano mayor y su manera de tomar por los hombros a mi sobrino como última advertencia a un llamado de atención. Me parecía exagerado, poco paciente, mal geniado, desmesurado … hasta que fui mamá. Esas ganas que  nos dan de espichar a los niños no siempre son producto de la ternura y de la suavidad de sus cachetes. Y el amor más grande del planeta también nos muestra la impotencia más berraca.

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Si no eres parte de esa minoría bendecida por la genética, después del parto y durante un par de meses, andarás por la calle con tu bebé y la gente se preguntará a que hora encargaste el otro. Yo me tenía tanta fe que la ropa que lleve para salir de la clínica no me cupo y tuve que volverme a poner la de maternidad con la que llegue. Ahora sufro con las sobras de Lolo que terminan en mi plato, con las piñatas llenas de cosas deliciosas, con halloween, con ir a hacer mercado, con los refrigerios que Lolo se rehusa a comer y a mi me da pesar botar destapados, con la leche de tarro que me acabo a cucharadas recordando mi niñez en la que juraba que eran quipitos.

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«Yo le hubiera dado una cachetada y listo, problema resuelto» decía mi amiga sin hijos después de relatarme un viaje en avión al lado de un niño. Mientras oigo sus consejos desde la ingenuidad de no saber como es esto, cruzo los dedos para que Lolo no haga una pataleta en su presencia y ella tenga que verme darle el control del tv y no una cachetada para que pueda terminar de contarme su historia. Si algo he aprendido de una pataleta es que o la hace Lolo o la hago yo, nunca los dos al tiempo.

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Me lo advirtieron en los cursos psicoprofilácticos, me lo dijo mi mamá, lo oí de mis amigas y aún así pasé noches enteras en urgencias porque a mi modo de ver ese reflujo estaba fuera de lo normal. Después de pasar horas rogando que nos hicieran todos los exámenes y de ver niños que realmente necesitaba atención, nosotros somnolientos, cansados y hambrientos no sabíamos como rogarle al doctor que nos dejara ir a casa.

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A propósito.. que hago haciendo este post en estos minutos valiosos??????

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Y en realidad no me imaginaba que teniendo a Lolo la más beneficiada iba a ser yo misma, porque con mis aciertos y desaciertos, sin un hijo no sería la persona que soy hoy.

Vale la pena,además de agradecer y reconocer el talento de Amalia Restrepo, divertirse con sus ilustraciones. Cuando tengas un rato, síguela en Instagram @amaaalia

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