Hasta que la muerte nos separe y ojalá yo no sea responsable de la tuya
26 Ene, 2016
por Ana María Medina

Hasta que la muerte

“Hasta que la muerte nos separe … y ojalá yo no sea responsable de la tuya no es precisamente la frase que queremos oír el día de nuestro matrimonio. Pero sin lugar a dudas pasará por nuestra cabeza después de años de convivencia o de un hijo. Hormonas alborotadas, falta de todo (sueño, tiempo y sexo) son regalos preciosos que llegan al hogar después de un hijo, y pocas veces estamos preparadas para capotear sus consecuencias.




Nos advirtieron de la depresión post-parto, nos recomendaron paciencia con los bebés, nos repitieron que jamás pusiéramos a nuestro hijo por encima de nuestro esposo, pero nadie nunca siquiera mencionó, que algunas veces sentiríamos algo muy distinto al amor y más parecido a la cólera por esos hombres que se hicieron padres con nosotras.

¿Estoy desarrollando una personalidad psicótica o todas sentimos ganas de ahorcar a nuestros 10% al menos una vez a la semana?

¿Estaré desarrollando un trastorno bipolar que me hace detestar por segundos al hombre por el que en otros me derrito?

Ser mamás pone a prueba cada pedacito de nosotras y como si la tarea ya no fuera lo suficientemente complicada también le pone un par de obstáculos a nuestra relación de pareja. La llegada de un hijo, eso que ambos anhelábamos con tanto amor, trae en las circunstancias más amenas, un aumento del 30% en las discusiones en la casa (me acabo de inventar esa cifra pero es que suena bonito ponerle numero a los hechos).

Y entonces casi sin darnos cuenta empezamos a lidiar con dos nuevos integrantes en el hogar: un bebé que llora cada 3 horas y una trifulca que estalla casi con la misma frecuencia. La rabia puede poseernos por pendejaditas, pendejadas y pendejadotas.

 Pendejaditas tales como

  • La velocidad parsimoniosa que adoptan para hacer lo que nosotras haríamos a mil. Preparar un tetero; abrir una puerta cuando venimos con el retoño dormido en nuestros brazos entumecidos y a punto de encontrar paz sólo en la amputación; alcanzar un pañito húmedo mientras tratamos de evitar que la caca haga contacto con las sábanas; encontrar la billetera para salir a la calle. A veces siento que a mi 10% le divierte verme encartada a más no poder y desacelera su capacidad motriz de aposta con tal de gozar con mi tortura.

  • La desfachatez que tienen para llegar 30 minutos después de la hora acordada como si no pasara nada.

 Pendejadas tales como

  • Su capacidad para embobarse con el celular cuando queremos que jueguen con nuestros hijos. Mirar el celular en mi casa puede hacer estallar la tercera guerra mundial, sobretodo si su uso no es para contestar un mail importante sino para ver las últimas novedades en Instagram. Yo trato de verlo cuando Lolo duerme o está en el jardín, y me saca de casillas que mi 10% vuelva de un día de trabajo y no lo deje a un lado para compartir con nosotros dedicándonos toda su atención. Suena loco y neurótico pero hace la diferencia… lo malo es que a veces salgo regañada por eso de “predica pero no aplica” cuando quiero tomar una foto, ver la hora o llamar a mi mamá.




  • Su habilidad de desarrollar un oído inmune al llanto que les permite seguir concentrados en el último artículo de la revista Semana o roncando en el quinto sueño mientras nosotras esperamos que se apersonen de la situación.

 Pendejadotas tales como

  • Su talento para hacer exactamente lo opuesto a lo que nosotras esperamos. En los temas de crianza se hace evidente más que nunca, cuando ellos quieren regañar a grito herido y nosotras queremos conciliar, o al revés.

  • Su increíble perspicacia para alistar la pañalera y dejar absolutamente todo lo importante en casa.

Inútil atacarlos con cantaleta porque para cada argumento nuestro ellos tienen cinco explicaciones, imposible quedarnos calladas porque somos mujeres, absurdo agredirlos porque los amamos con locura y soberbio pensar que ellos no quieren también degollarnos. Y he ahí el meollo del asunto: Si ellos nos sacan la piedra nosotros los sacamos de quicio. Y es en ese momento, cuando el corazón se acelera, la voz sube tres tonos, las pupilas se dilatan y nos transformamos en esa señora cantaletuda que sólo se merece unos cachos, cuando más tenemos que probarnos mutuamente que somos un equipo y que ese amor que nos juramos un día sino sigue intacto es sólo porque está más fuerte que nunca. La pendejadita, pendejada o pendejadota no es tan grave como parece pero lo que podamos decir en esos momentos si.

“Prometo no irme lanza en ristre contra ti cuando tengamos hijos” es una frase que no se me ocurrió en mis votos matrimoniales pero que si viajara en el tiempo se la agregaría a expensas de dañar el romanticismo del momento. Por ahora, creo que vale la pena repetirla mentalmente, o en voz alta dependiendo del nivel de desespero que nos embriague o del nivel de insoportabilidad que nos domine.

Alguna vez escribí que lograr un matrimonio feliz era una maratón pero que lograrlo con hijos era una triatlón. Lo que no dije fue que ganar la triatlón se siente increíble y superar cualquier excusa que nos insta a renunciar nos hace más fuertes.

No me imagino la vida sin mi 10%, creo en el matrimonio hasta que la muerte nos separe (mientras exista amor del bonito, del de verdad-verdad) y no me da pena confesar que a veces lo detesto y él me detesta. De sólo pensar en un divorcio y todo lo que ello implica, incluida mi vuelta al ruedo y a ese plan de levante para el que perdí todo flow, práctica y destreza, se me revuelven las entrañas. Pienso que lograr una vida en pareja feliz es de los mejores regalos que podemos hacernos y por eso vale la pena apostarle con toda nuestra convicción.

Yo le aposté a mi 10% desde el día que decidimos estar juntos y aún así a ratos me contagio de los escépticos y pienso que va a ser imposible llegar a viejitos juntos. Pero después recuerdo que mi mejor plan de jubilación es envejecer al lado de esa persona con la que podemos odiarnos a ratos pero amarnos en todos nuestros momentos y así dejar que sea la muerte, la única insolente zarrapastrosa capaz de separarnos.





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6 Comentarios

  1. Patricia L.

    Súper!!! Me cayó en el momento perfecto ajajaj!!

  2. Ángela LV

    Esto me deja con el corazón apretado justo ahora que estoy pasando por ese terrorífico momento de la separación con luego de 8 años de noviazgo y 4 de concubinato. Es muy duro pasar por esto, llegan los sentimientos de culpa y los arrepentimientos por las tantas veces que no supimos manejar la ira provocada por las infinitas pendejaditas, pendejadas y pendejadotas que en ocasiones eran terriblemente frecuentes.

  3. Diana

    Jajajajaj me indentifico con la primera en el tema de la parsimonia jajaja y en encontrar su billetera! Pensé que era solo el mío el que todos los días no sabe dónde está!

    Me encanta lo que escribes siempre Ana.

    Beso

    Diana
    A Girl in Africa
    http://www.agirlinafrica.com

  4. Isa

    Me encantó saber que no era la única que vivía esas pendejaditas!! Me cayó como anillo al dedo, gracias por compartilo!

  5. Natalie

    ???

  6. Yessica monsalve

    Jajaja increíble si eso lo estoy viviendo ahora pero con paciencia se soluciona todo….